Guardaron los pasteles en la maleta del auto. Chocolate trufa, panqueque naranja, selva negra, milhojas. Todos envueltos en cajitas de cartón, color rosa palo, con cintas rojas y anaranjadas, imitando un atardecer.
Andrea se acomodó en el asiento del conductor y puso el aire acondicionado. Beatriz se puso el cinturón de seguridad y buscó la dirección de la primera entrega.
—Tuve una epifanía anoche, amiga.
En cuatrocientos metros, gire a la derecha en calle Alcalde Jorge Monckeberg.
Andrea se fijó en el espejo retrovisor y se cambió de pista. El sol pegaba fuerte y ambas agradecían el litro de bloqueador que se habían puesto antes de salir. Llevaban botellas de agua con hielo en la guantera.
—Cuéntame.
Siga derecho por dos coma un kilómetros.
—Todo el rollo de que yo estaba mal por dentro y que no podía tener una relación…
—Sí…
Andrea la alentó a seguir mientras jugaba con una de sus argollas de plata falsa, esperando la luz roja.
—Estaba pensando que no era mi culpa. Porque ahora el Maxi es un amor conmigo y no me siento basura por dentro.
—El Maxi es buena persona.
Maxi era taxista y tenía ocho años más que Beatriz. Era el único que la había hecho sentir como una mujer valiosa.
—Todas mis otras relaciones fueron con puros hueones de mierda. El Marcos era un manipulador emocional. Mal. Y el Mateo…
—Todos con eme—. Andrea interrumpió a su amiga y pisó el acelerador. Beatriz se rio.
—¡Todos con M!
Pasaron un lomo de toro bruscamente y Andrea se disculpó.
—Bueno, y el Mateo era un esnob que me trataba como un personaje de una novela. Como si quisiera moldearme —continuó Beatriz—. Estaba obsesionado con hacer que su relación fuera como Rayuela de Cortázar.
—Sí…
Beatriz miró por la ventana. Blocks de departamentos a su derecha, blancos y rojos, todos decorados con el espíritu navideño.
—Además te violó.
—Además.
Se quedaron calladas por unos momentos. La música de Foals sonaba por la radio del auto. Andrea había traído cedés porque le gustaba la idea de escuchar las canciones de un mismo artista en orden. A Beatriz no le molestaba.
En la rotonda, tome la segunda salida hacia Rodrigo de Araya.
—¡Amiga, mira al perro! ¡Es hermoso!
Justo a su izquierda, un poodle era paseado por su dueña. Una señora mayor con el pelo crespo y un vestido rosa. Un color que el mismo can llevaba puesto en un lazo en la cabeza.
—Tómale una foto, es demasiado tierno.
—Espera, espera.
Beatriz maniobró en su asiento, sujetando su teléfono, apuntando hacia su objetivo que se alejaban a gran velocidad.
—No alcancé—. Hizo un puchero y volvió a acomodarse en el asiento.
En uno coma dos kilómetros, gire a la derecha en Exequiel Fernández.
—Al Mateo le cargaba la Ani. La trataba mal.
La Ani era la poodle de Beatriz. Una perrita de catorce años que dormía con ella por las noches.
—Me hubiera gustado poder denunciarlo. Ahora está en Argentina, el hueón. Y quizás no soy la única a la que se lo hizo.
—Es difícil. Cuando yo denuncié al Pablo, fue brígido.
Andrea recordó el miedo de verlo en la universidad, de que se pusiera violento con ella. De nuevo. Recordó la noche en que sucedió. El alcohol y luego nada. El despertar sin nada puesto y su sonrisa maliciosa de haber hecho lo que quiso con su cuerpo. Recordó el miedo de salir de clases y de que él la tomara de un brazo y se la llevara a un rincón a gritarle. De la misma manera como lo había hecho por audio de WhatsApp cuando había recibido la denuncia.
—¿Al final sirvió de algo? —. Beatriz interrumpió el tren de pensamiento de Andrea—. A unas amigas les da miedo denunciar porque dicen que no sirve de nada, que no pasa nada.
—O sea—. Andrea se encogió de hombros, dejando las palabras flotar en el aire por unos segundos—. No pasó nada. Pero parece que tuvo que pedir abogado y todo, así que quedó en su expediente o alguna cosa así.
—¿En serio?
—Tuve que ir a la fiscalía y al Servicio Médico Legal y el hueón se asustó y contrató un abogado.
—Qué cuático, amiga.
Tu destino está a la derecha.
Se bajaron del auto y desempacaron dos tortas de merengue lúcuma. Tocaron el timbre y una señora envuelta en serpentina, con dos globos de color azul en la mano, les abrió la puerta.
Beatriz contó los billetes mientras Andrea salía del estacionamiento.
En doscientos metros, mantente a la derecha hacia Los Alerces.
—Pero ya han pasado siete años, y tú solo esperaste tres meses.
—Igual casi ni me pescaron.
—Es brígido como una siente que es su culpa.
Andrea miró a su amiga. Apretó los labios.
—Todos te dicen que no es tu culpa, yo te digo que no es tu culpa. Pero sé que tú igual la sientes y quizás la vas a sentir por hartos años, igual que yo.
—Han pasado como siete…
—Pero no fue tu culpa.
—Tampoco fue tu culpa.
Siga derecho por uno coma seis kilómetros hacia José Pedro Alessandri.
No hablaron por el resto del viaje.
Siena Hidalgo – Pasteles con M – Sadcore
Banda sonora de este cuento:
Sobre la autora:
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Adelanto: Cuento “A lo mejor”
https://santiagoander.cl/adelanto-sadcore/
Entrevista:
https://santiagoander.cl/relatos-crudos-rudamente-tristes/
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